miércoles, 14 de julio de 2010

Casas vemos...


Casas vemos…
Luis Brotons
(Claudio L. Quinzaños Ripoll)

Ésta es una de esas historias que, aunque no me consta me hubiese encantado ver. Sobre todo presenciar la cara de sorpresa de ambos protagonistas cuando… Pero, mejor se los cuento como me lo contaron.

La escuché con insistencia por allá de los años ochentas. Incluso vi la casa de la que habla la historia que era una de esas que se hallan en el Pedregal y denotan por su aspecto y ubicación más una fortuna recién adquirida que una fortuna de tradición familiar bien cimentada. Pues bien, la casa tenía una gran barda de piedra gris que discretamente escondía los jardines donde tuvo lugar lo que ahora les cuento. En la puerta de entrada, que también hace de puerta para los coches, se ubicaban sendas estatuas llenas de mal gusto que si por algo se distinguían era por lo cursi de su temática: que si la bailarina de ballet, que el adonis desnudo, que la mujer en la “chaise longue”, o el hombre Tritón. En fin, era una sarta de imágenes que ya han sido tratadas por miles de escultores con mucho mejores resultados que los que ahí se apreciaban. Pero no voy ahora a entrar a hacer una crítica al supuesto arte de Milos, ya que eso no viene a cuento con nuestra historia.

Se decía, de aquella casa, que era un prostíbulo encubierto; un burdel exclusivo para señoras adineradas. Y bueno, aunque no tenía nada que así lo evidenciara, si había yo observado que llegaban hasta sus puertas bastantes camionetas de esas ostentosas que ahora, a las señoras de la alta sociedad les gusta conducir y casi siempre con la intención de avasallar a peatones, perros, cochecitos de pobres, bicis, motos y demás estorbos para su frívolo entender. Al llegar se les abrían de inmediato las puertas de grandes tablones de madera y con igual rapidez las volvían a cerrar. Hasta ahí es todo lo que yo pude ver, sin más sospechas o dudas acerca de las cotidianas razones que esas ensortijadas señoras pudieran tener para visitar aquel sitio. Sin embargo, me contaron que en esa casa las señoras llevaban, cada una, una lista donde especificaban las tareas que ese día tenían que cumplir: ir al súper, al banco, pasar a recoger la ropa a la tintorería y algunas de esas señoras hasta tenían el detalle de incluir el tener que ir a comprar un postre tradicional en un convento de monjitas de Tlalpan. La lista tenía su propia función. Se decía que aquellas diligencias eran atendidas por el personal del local y que mientras hacían su súper o les compraban el dicho postrecito, ellas, señoras de altos copetes y bajas pasiones pasaban a los jardines donde hermosos, diversos y por demás interesantes jóvenes quedaban a su disposición para el placer.

Me dijeron que cada día eran más las asiduas a la casona. Que todo comenzaba por ahí de las diez de la mañana, cuando los maridos se afanaban en los negocios o salían del desayuno con el señor Senador que siempre les podría favorecer en sus aspiraciones. Y claro, en esos años ochentas, muchas mujeres de gran clase ni siquiera pensaban en trabajar. No, ellas eran las reinas, las señoras y para eso tenían su dicho aquél que pregonaba que tenían a su servicio las tres mejores mascotas que una mujer podía tener: Una gata en la cocina, un buey que las mantuviera y un tigre para la cama. Eso era su quid, para eso habían estudiado en las mejores escuelas para chicas de la ciudad.

El servicio encargado de proporcionar esos tigres que añoraban en su colección de mascotas ya que los maridos no siempre lo eran, se pregonaba de boca en boca con lo que se hacía cada vez más exitoso el turbio negocio de la trata, en esta ocasión, de blancos.

Por los ochentas también fue que los adolescentes comenzaron a cultivar el físico. Ir al “gym” o a “jalar” como ellos decían. Esto se convirtió para muchos en una obsesión y comenzaron a proliferar establecimientos, al servicio de esos aspirantes a Atlas. Y eso favorecía la recluta de efebos para trabajar en la casa que viene al cuento. Se les ubicaba fácil en todos esos sitios y muchos de esos mancebos estaban deseosos de explotar su nuevo “look”, que a base de unas dos horas de ejercicios por día y muchas cajas de esteroides, les formaban la musculatura que les llevaba a pensar que eran merecedores de algunos miles de pesos en retribución a poderlos disfrutar.

La fama de la casa también llegó a oídos de Doña Milagros. Un ama de casa guapa aún cuya edad podría ubicarse en los cuarenta y pocos aún pues de todo el gasto que le daba el adinerado marido, Don Julián, ella invertía una buena parte en potingues, masajes y chucherías que la hacían lucir más joven, aunque realmente ya rondaba la cincuentena por aquellos gloriosos ochentas.

Milagros llegaría en pocos meses a los veinticinco años de casada con Don Julián. Nunca se divorció pues en su sociedad de los años sesenta, aún era muy mal visto eso de los divorcios. De la capilla hasta la tumba, le decían las tías y todas las viejas que vieron por su buena educación. Pero la verdad es que si no hubiera sido tan puritana, hasta homicida se habría hecho con tal de deshacerse de su chaquetero marido.

Desde que se casó Milagros quedó advertida: - Sólo los viernes haremos el amor - dijo Don Julián regresando de la luna de miel. – Tengo mucho trabajo y responsabilidades – Añadió- y por lo mismo, ni puedo desvelarme ni puedo estar perdiendo mis energías en esas cosas. Nuestros escarceos se limitarán al mínimo y supongo entenderás que el sacrificio, en lo que se refiere a la cama, se impone por mis fuertes compromisos con el partido.

Milagros lo aceptó aunque desilusionada y pensó que tal vez valía la pena todo eso por la vida llena de viajes, lujos y otros placeres que le esperaban. Y como realmente tampoco Don Julián le había mostrado el verdadero encanto de lo que es un orgasmo, tampoco lo añoraba del todo. Lo que nunca aclaró el tal Don Julián es que su energía sería repartida entre ella y cuanta “pelandrusca” se le acercaba para pedir algún trabajo, recomendación o favorcito especial.

Dos hijos habían procreado en todos esos años: Alfonsito que llegó justo cuando habían salvado la azucena –que así se decía antes cuando un niño nacía después de haber pasado los nueve meses de matrimonio- el cual creció alto, fuerte y hermoso como el abuelo materno y luego Nicolás, ahora de veinte años y más bien parecido al zángano de su papá, pensaba Milagros. De los dos, Alfonsito era el favorito de mamá, en cambio al pobre de Nicolás ni su padre le llegaba realmente a interesar.

Y como Alfonso era el ojito derecho de Doña Milagros siempre se había llevado la mejor tajada del presupuesto que asignaba Don Julián cuando iban a comprar ropa, y más aún cuando le cumplían alguno que otro de sus costosos caprichos como el “Rey Midas” que Milagros le dio por Navidad, o la chamarrita “Ferrari” de doce mil pesos que quiso para su cumpleaños. Esto había hecho de Alfonso un zángano ambicioso y consentido. Mamá no sabía ya cómo animarlo a trabajar para que se pudiera comprar lo que él quisiera. Vamos, ni la escuela había querido continuar a pesar de que todos sus amigos habían seguido estudios de posgrado en el extranjero. No, Alfonso sólo gustaba de recibir, tal y como lo habían acostumbrado y nada de dar algo a cambio, eso nunca había estado en su educación.

Nicolás era más reservado, a él le encantaba el estudio y aunque aún cursaba el sexto semestre de ingeniería civil, no cabía duda que pediría ir al extranjero para continuar con alguna especialidad. No, Nicolás aunque feito sí había salido bueno para los estudios –se quejaba Milagros- Nunca una borrachera como Alfonso, no fumaba, tampoco era de ir a esos antros de que hablaba su hermano. No, Nicolás era el hombre que mamá hubiera querido que fuera Alfonsín. Pero Alfonso era guapo, encantador en su trato con las amigas de Milagros, dotado de un gusto sofisticado a la hora de preparar los “drinks” que tanto gustaban a los amigos de Don Julián. Pero en el fondo todos sabían que Alfonso era más bien un vividor.

En esta época, Doña Milagros ya detestaba eso estar con su marido en la cama, había aprendido a darse placer por sí misma como le había platicado su amiga Emilia que se podía hacer. El matrimonio dormía en una enorme cama que les mantenía por lo menos a un metro de distancia entre ambos, ya que cada uno se cuidaba de dormir lo más pegado a la orilla, y ni aun dormidos tendrían el mínimo rozón. Claro que Don Julián estaba contento con esto; ella no lo molestaba con sus arrumacos y él podía hacer de las suyas sin mayor explicación. Pero Milagros que se acercaba rápido a la menopausia estaba siempre llena de ansiedades y frustración.

Desayunaba con sus compañeritas del Oxford por lo menos una vez al mes en el San Ángel Inn. Ellas siempre parecían dichosas, plenas. Siempre hermosas y contentas con el destino que les había tocado vivir. Y en uno de esos desayunos surgió el tema de los maridos y sus afanes en la cama. Ella no pudo dejar escapar la ocasión de hablar del cerdo de su marido. Se quejó del desamor que ahora sentía y se enteró de que no era la única en la mesa; a muchas de ellas el destino que sus madres habían previsto sólo les había producido frustración. Así que Emilia, su amiga de juventud fue quien le platicó de aquel elegante lugar en el Pedregal.

- Es muy fácil Mila, nadie tiene que sospechar. Ellos, tus hijos y tu marido saben que por las mañanas haces cosas como ir al banco, al súper a tus clases de macramé y esas cosas que para los hombres son garantía de nuestra virtud. Nos ven puras, fieles y hasta buenas mujercitas de su hogar.
Emilia le platicó sus propias experiencias en aquel lugar y hasta encomió el que alguien hubiera hecho algo a favor de ellas, las amas de casa de bien; ya que así se contribuía a una mejor unión familiar. - La función de esos caballeros es como la de las putas cuando sirven a nuestros maridos – añadió- sólo que sin que llegue a haber realmente una traición hacia ellos. Es decir, sólo es un rato de pasión. Y lo que ahí hacen no descompone la armonía del hogar; nada te obliga con esos chavos, no hay compromisos, ni enamoramientos, tampoco hay estorbos y, finalmente, como eso te hará ser una mujer más feliz pues tu familia tendrá a una mejor mamá; ¿No es perfecto? –preguntó, afirmando - .

No se lo pensó mucho Milagros pues Don Julián seguía siendo un marrano con ella, y antes de un mes tomó la decisión.

La víspera no pudo dormir, Julián había roncado como esas veces que llegaba tomado a casa. Pero esta vez no sólo su marido le resultaba un incordio, tenía salir todo perfecto en esa su primera incursión y la verdad es que hubiera preferido ir con Emilia en esa ocasión, pero ya estaba todo decidido, el que su amiga no pudiera ir no la iba a detener en la aventura que por lo visto muchas de sus amigas ya habían experimentado. No, ya hasta había pensado bien qué incluiría en su lista de actividades: ir al súper (sin olvidar el tequila favorito de Julián), llevar la factura del coche a la mucama de la casa del gestor de su marido quien le prestaría un dinero para pagar un favorcito a quién sabe qué sub secretario de la Contraloría que lo estaba fastidiando últimamente. Por otro lado, se le ocurrió encargar unos churros del Moro que están hasta el centro, para que en caso de llegar tarde tuviera una muy buena justificación para su retraso. Todo estaba bien planeado y aunque no durmió por estar pensando en todos esos detalles, cuando se fue Julián por la mañana, se puso a punto para resultar atractiva al pirujo que le pudiera tocar en turno. Se perfumó, tomó una buena cantidad de dinero, pues el servicio no sería barato y con ánimo de venganza y ansiosa por algo de placer se fue a la casona del Pedregal.

Todo era como había dicho Emilia. Sólo llegar le abrieron las puertas, y eso le gustó pues no quería que la vieran entrar ahí. Un guapo joven en sus treintas después de que amablemente le dio la bienvenida le preguntó si tenía algún pendiente de casa que ellos pudieran hacer en su lugar. Algo como ir al súper, la tintorería o lo que se le ofreciera durante su estancia en club, (que así lo mencionó él). Ella le entregó la lista de sus pendientes y el dinero para cubrir los gastos, así como la comisión correspondiente por el servicio. No omitió nada en su listado y pidió que fueran al Moro hasta el final del trayecto para que cuando ella llegara a casa los churros que iba a llevar aún se encontraran tiernos y hasta calentitos. Ese zagal estaba bien –pensó Milagros – Ya ni quería conocer a los demás. ¿Será parte del elenco? Y fue tan amable, tan dulce…

Todo marchaba como le había contado Emilia, su nerviosismo de la llegada había cambiado por inquietud. Sus sospechas se volvían razones para agradecer a los organizadores su buen servicio. Le asignaron una bella habitación que miraba justo a un patio interior. Se puso el bañador algo atrevido que había comprado para la ocasión, lentes oscuros para pasar desapercibida y zapatillas con tacón para lucir mejor sus piernas y nalgas. Revisó una vez más el maquillaje, no quería lucir fofa o cansada, a pesar de que no había dormido nada bien. El espejo ahora sí que era lindo con ella, se vio guapa, se sintió realmente feliz. Por fin los hombres verían que Milagros aún se encontraba estupendamente bien. Sus ojos purpúreos lucían intrigantes con el tono gris que había aplicado a su alrededor. Las manchas oscuras bajo los párpados habían desaparecido gracias al corrector que le había recomendado ese chico que la maquilló para su última cena con Julián, cuando fueron a casa del embajador. Su busto ya pendía demasiado para su gusto pero con ese lindo traje de baño recobraba su fuerza juvenil. Ya acusaban sus labios la edad, había desaparecido el volumen que provocaba la envidia de las chicas del Oxford cuando fueron al baile de graduación. Ahora eran no sólo unos labios delgados, si se ponía un poco de atención se podría ver que una mueca de hastío se había apoderado de toda la lozanía que mostraban todavía unos cinco años atrás. Claro que con el labial ese que daba volumen también se podía lograr un aspecto más jovial. Un último vistazo frente al espejo que le mostró que era aún bella la acabó de animar a salir.

El jardín era grande, observó encantada, contaba con una linda piscina oval en el centro y un fresno que daba sombra a quien no deseara el sol. Ella se tumbó a la sombra pues no quería llegar a casa asoleada y explicar un dorado que no podría aclarar. Comenzó a observar todo lo que ocurría ahí. No había más de tres señoras esa mañana. Eso si, muy bien acompañadas por unos chicos que parecían modelos sacados de una de esas revista de físico culturismo que tanto gustaban a Alfonso. En un momento dado salieron unos tipos hermosos que, en pareja, paseaban cerca de ella para que con todo cuidado tomara su decisión. De ese primer par de Adonis, uno tendría unos treinta y cinco años muy bien puestos y con todo en su lugar. El traje de baño, aunque menudo era a la vez discreto y seductor, encerraba una cadera de escultura aunque el paquete no se atrevió a mirar, pensó que podía ser de lo mejor. El primer galán exhibía unas espaldas de Tritón y el bronceado de la piel semejaba la miel que ella hubiera querido comenzar a libar. Le acompañaba un chaval menor, veinticuatro o por ahí, pensó Milagros. Uno maduro y otro más joven, así podían mostrar una variedad que se acercara a lo que a ella le pudiera gustar más. Definitivamente para ella sería un hombre más próximo a su edad. Esos jovencitos no sólo no le interesaban, estaba segura de que eran unos arrogantes que sólo pensarían en si ella los pudiera merecer. Si, tal como hacía Alfonso que sentía que nadie lo merecía y que nunca pensó que mamá también tenía sus inquietudes o que pudiera lucir bonita para algún otro señor que no su papá. Así son los jóvenes, pensó, todas las mañanas en el “gym” por las tardes sus amigos y ya en las noches un “mamá, no está planchada mi camisa de rayitas rosas que me quería poner para salir.

Las otras señoras del jardín se encontraban muy divertidas con sus galanes. Tal vez ya eran clientas habituales y por eso se habían hecho amigas de ellos. De vez en cuando entre ellos se hacían bromas y todos reían, era como en un club social, como lo llamaron al llegar. Eso a Milagros le hacía sentir más confianza, pensó que si se hacía clienta asidua, tal vez llegara a tener a su parejita de fijo para no tener ya que buscar. Eso si; ¡Sólo mientras que a ella no la fastidiara! Pues en ese lupanar, siempre podía tener la opción de cambiar. ¡Eso era justo lo que hacía más interesante el lugar!

Ya había elegido, pensó, se quedaba con el treintañero. Si, era su tipo, se veía buenísimo y la verdad es que no creía que surgiría uno mejor. Pero fue paciente, tal como había aprendido a serlo durante el último cuarto de su vida y que le había funcionado tan bien para no morir de frustración. Con un leve movimiento de cabeza indicó que quería ver a un par más. Pensar en lo que vendría provocó un orgasmo del que sólo ella había sido testigo. Esto era fantástico pensó, Don Julián y sus escamoteos, ¡Ja! el zorro de su marido restringiendo sus encuentros hasta haberla abandonado por quién sabe que asistentilla o colegiala que provocara una erección a ese pito encapuchado y pequeñito que ya ni en la playa lograba funcionar; ¡Ja, ja! Ahora ella era quien tenía el control. Ella escogía con quién y cuándo. Eso le resultaba sensacional. Era la dueña de su cuerpo, era dueña de sus placeres, podía coger con uno y en otra ocasión con otro y así hasta encontrar a su pareja sexual.

Se abrió la puerta y ya más animada por aquel coctelito que le ofrecieron nada más llegar, esperaba, con lascivia, la aparición de la siguiente pareja. Primero salió un morenazo de esos que siempre le habían quitado el aliento. Las nalgas pequeñas pero paraditas, duras; un trasero para besar, un culito apretadito pero que pregonaba un cuerpazo escultural. Un tipo de espaldas anchas, músculos plenamente definidos. Sin vellos en el pecho pero con una gran melena hirsuta coronando su cabeza. Un moreno de epopeya. Un tipazo con manos grandes y fuertes que te han de abarcar los pechos fláccidos, sí, pero aún sedientos de placer. Un bulto descomunal se adivinaba entre las largas piernas. Ver aquello simplemente era como sentirlo, y un nuevo orgasmo la hizo levantar sus nalgas en un fuerte deseo por darse al placer con ese máster del placer. No se recuperaba aún de la emoción cuando atrás de él apareció Alfonsito.

Supe por los periódicos que el tal Don Julián huyó a Brasil luego de que el partido de oposición entró a gobernar. Alfonsito trató de organizar y administrar los negocios mal habidos del papá y Milagros no volvió a aparecer en los desayunos de las amigas. Nunca quiso irse a vivir con el marido a Brasil, su libertad había llegado después y sin la casona del Pedregal. A los dos años conoció a Ramón, quien entre otras cosas ni cobraba, ni era un hombre público y pensó Milagros que tampoco la iría a traicionar. La casa aquella sigue con sus esculturas, ya no la visitan señoras encopetadas. Supe que todo se descubrió por algunas indiscreciones de los facilitadores, que tal era el nombre que se había dado a quienes realizaban las tareas de las señoras. Y ese negocio, de tan mayor interés social, tuvo que terminar, al menos con esa máscara del placer. Entiendo que la cosa ha cambiado mucho en estos tiempos. Ya las señoras tienen servicios de acompañantes que se hacen llamar “escorts” que anuncian sus servicios aún por catálogo y que se recomiendan unas a otras tal como lo hizo Emilia con Milagros. También existen los clubs o antros clasificados “sólo para mujeres” en donde chavales, que surgen de los “Gyms” , que en estos días han proliferado hasta en las colonias más populares, hacen actos de desnudismo vistiendo atuendos del Zorro, o el policía, el bombero, el cazador y demás. Todo es ahora tan común que ya nadie se espanta. Los maridos aceptan entre bromas la presencia de los gogo’s en las reuniones para despedir a las solteras o aún para las tardes de amigas que antes eran sólo para los niños y su Tae Kwon do. Maridos que por otro lado siguen pensando que sus mujercitas sí son santas y que sólo a ellos, los machos se les puede ocurrir engañar a la mujer.

Nicolás ya no vive con la familia. Casó con una chica francesa que conoció en la universidad. Ambos hacen sus estudios de maestría en La Sorbonne y no saben si algún día volverán al Distrito Federal.

Alfonso sigue soltero y por ahí dicen que hasta maricón se volvió. ¿Será?

2 comentarios:

  1. Javier Castelltort15 de julio de 2010, 2:04

    Me quede con ganas de saber que pasó después de la aparición de Alfonsito? Se enteró Don Julián de las inquietudes de su mujer?

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  2. Don Julián sólo estaba interesado en salvar el pellejo ante la nueva administración. Por otro lado, sus amiguitas no le daban mucha ocasión de preocuparse por su dócil mujercita. Bueno, eso es algo de lo que yo puedo imaginar.

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