sábado, 25 de junio de 2011

Muchedumbre



Muchedumbre
Luis Brotons
Con especial afecto a todos los que cruzan a diario por
mi camino y me reconocen y hasta saludan.

Son las tres de la tarde y mucha gente circula a mi alrededor me miran o no me miran pasan o se detienen sin voltear a ver si están estorbando sólo caminan y se afanan por llegar a sus destinos de trabajo de escuela de familia de amante y demás tal vez son conocidos por muchos o por pocos y yo no les conozco ni ellos a mi ni tal parece que les importe o ellos a mi pues simplemente pasan por las calles y no nos importa nuestro destino ni nuestras tragedias y somos transparentes fugaces etéreos sin mayor valor que el que nosotros mismos nos damos o aquel que quienes sí nos conocen nos otorgan yo no dudo que lo tengan pero no para mí sino para sus allegados compañeros amigos o amantes sólo ellos se conocen se saborean entienden sus aficiones y su forma de vivir y pienso que no les pertenezco ni me pertenecen somos miles y tal vez millones pasando estorbándonos empujando y sintiendo sus cuerpos que sudan y hasta hieden en una ciudad que apabulla con sus grises calles y avenidas y sus edificios viejos o nuevos grandes y pequeños unos cuantos árboles y otros tantos perros cuyas heces esquivo sin que a nadie importe pues es parte del espectáculo de la ciudad entonces fijo la mirada en el suelo y veo gargajos que también tengo que rebasar pues ni mis suelas deben tocar tan desagradable esperpento y así vienen los papeles y chicles que invaden las áreas del peatón que sólo es peatón y se convierte en marioneta de los proyectos del gobierno quien nunca se da abasto para satisfacer todos los requerimientos poblacionales sin saber ni conocer a los tantos y tantos juanes anónimos que a diario pululamos por la calle sin más afán que el de llegar a donde sólo ese o aquél Juan o Juana saben y nos volvimos más anónimos cuando aparecieron los audífonos que nos permitieron un mayor refugio y aislamiento de los demás y con eso creemos ser libres de quienes viajan en nuestro transporte o tranvía o autobús cuando en realidad nos hermanamos con nuestro aislamiento de ermitaños en medio del caos que no obstante la sordina compartimos en multitudes que cada cuanto se tornan agresivas por no ceder un espacio o tal vez avanzar a una pequeña mayor velocidad y todos nos incomodamos y nos estorbamos unos a otros y nos tocamos las nalgas y los penes y las chichis y nos tocan y nos aguantamos la mayoría de las veces ya que en el tumulto tal vez no se vale protestar a riesgo de que te digan que si no vas cómodo mejor tomes un taxi y el insulto se recibe o profiere sin otras consecuencias que la inquietud que provocas a los demás que sólo quieren vivir su anonimato y su soledad que no será compartida hasta cuando aparece el destino de nuestro andar y te escribo por el celular y me contestas y me dices y te acuerdas de mí y hasta nos conocemos y parece mentira que mientras unos duermen en el autobús otros nos dediquemos a pensar en la soledad en que el ser humano se encuentra en medio de sus grandes ciudades y conglomerados humanos que pululan por el centro comercial y compran y visten creyendo que es la moda y que el atuendo les va muy bien pero que para otros ojos serán símbolo de mal gusto pues no se parece al que se acostumbra en mi barrio y mi sociedad y luego las tribus urbanas que al considerar que son diferentes se aíslan de otras cuantas tribus iguales y más o menos numerosas ya que sus pelos pinturas vestidos y aretes no difieren de los muchos otros que van en el autobús de atrás pero cuando se juntan los siete u ocho individuos que pertenecen al grupo entonces se sienten parte de él y son acogidos pero rechazados porque a otros les pareció que no debieran vivir en la ciudad y así veo enfermeras y estudiantes y amas de casa y parejas o niños o hasta borrachos que tienen sus historias que desconozco pero me intrigan y pienso que algún día cuando bebés tal vez fueron admirados y amados por sus papás pero que la vida les he tornado en seres de este mundo y sociedad que les convirtió en uno más en parte de una fría estadística que permite parcialmente conocer a las multitudes y nunca al individuo que tiene sus afanes y sus historias que tiene sus quehaceres aunque no sean como los tuyos pero que también han amado y hasta se han ilusionado pero no de ti miserable número de la estadística sino del otro quien le acompaña hasta el final y cuando se pierde y se muere lo lloras y extrañas cuando en realidad no era más que un dato de muerte por alguna u otra razón que pasará a enriquecer las causas de mortandad que admiraremos en los tratados y estudios demográficos de esto que denominamos ciudad que es de esperanza como nos han dicho pero no hemos aclarado quiénes o cómo son los esperanzados pues no nos conocemos ni nos miramos ni mucho menos nos saludamos ya que vivimos aislados pasando el uno al lado del otro sin mayor conciencia de su existir sólo en la medida en que nos estorba en nuestro andar o bien facilita nuestra circulación y le queremos ganar y llegar antes al mejor lugar en el andén y luego en el vagón y así hasta demostrar que somos únicos y en todo los mejores y que no hay quien nos iguale aunque digamos que todos somos iguales pero nos gusta ganar y si es necesario tranzar para avanzar porque el que no tranza no avanza dicen algunos y si de eso se trata pues se hace necesario aplicarlo desde que ponemos un pie fuera del hogar para avanzar en el coche que sólo en mi casa admiran pues para los demás no es sino otro vehículo con el cual competir y nunca compartir pues no debe tener derecho de paso ni derecho sobre mi vehículo o mi propiedad y así sea peatón o camión no le dejaré pasar ya que tengo derecho y nadie me va a apantallar con su condición de conciudadano que no es más que otro para estorbarme y detener mi andar ya que quiero vivir en esta ciudad pero con todos y sin nadie que me estorbe para poder tener las oportunidades pero siempre que no me las vayan a agandallar porque el trajín en esta vida es vivir y crecer y reproducirme a mi mayor placer y satisfacción sin que medien valores o falsas modestias ya que el verdadero sentido del vivir consiste en ser el mejor en el sentido que cada quien pueda interpretar y nadie absolutamente nadie aceptará un grado menos de ser el mejor cuando le preguntemos ya que así lo aprendimos en la cuna y nos dijeron que seas lo que seas quiero que seas el mejor y nos lo creímos y lo copiamos y lo importamos de un pueblo al que consideremos tiene la mejor manera de vivir cuando en serio nos decidimos y tratamos de huir y cuando sólo unos pocos lo logran y escapan del bullicio y la rutina y de la flojera del nuevo comenzar y luchar para entender que el sino y sentido de todo está muy lejos de lo que nos ofrece la hermandad de la sinrazón y surgen obras y más obras para facilitar el tránsito a quienes son dueños no de los autos sino de los créditos que tal vez nunca irán a pagar porque ya sabemos que el que no tranza no avanza y si hoy te mueres o tal vez soy yo el que desaparezco amigo transeúnte te irás a acordar de mí o acaso te enterarás que he muerto porque a veces mueren personas y nos dicen que fueron hasta más de 200 en fosas clandestinas y trescientos o algunos más y ya sabemos que no son o fueron personas sino cifras estadísticas de la barbarie que nos toca ahora vivir y me dicen que ya ni Acapulco es bello y que por menos de quinientos pesos te pueden matar aunque no vayas a ser más que otro en el cúmulo de cifras que llegan a mil o a cincuenta mil o sólo cinco mil en cuánto tiempo no lo sé ya que tal vez ocurrió en seis meses o un año y luego qué si no nos importa porque ya nos acostumbramos a la tragedia de las familias y de los hogares y eran esos seres que tal vez un día caminaron junto a nosotros y no supimos cómo iban a terminar o ellos ni se preguntaron si al terminar mi existencia alguien me iba a extrañar pero siempre supongo que hay alguien que espera en casa y que hasta se preocupa por ti mi querido viandante yo al menos hoy lo hice y me fijé en ti. ¡Amén!

martes, 21 de junio de 2011

Muchedumbre



Muchedumbre
Luis Brotons
Con especial afecto a todos los que cruzan a diario por
mi camino y me reconocen y hasta saludan.

Son las tres de la tarde y mucha gente circula a mi alrededor me miran o no me miran pasan o se detienen sin voltear a ver si están estorbando sólo caminan y se afanan por llegar a sus destinos de trabajo de escuela de familia de amante y demás tal vez son conocidos por muchos o por pocos y yo no les conozco ni ellos a mi ni tal parece que les importe o ellos a mi pues simplemente pasan por las calles y no nos importa nuestro destino ni nuestras tragedias y somos transparentes fugaces etéreos sin mayor valor que el que nosotros mismos nos damos o aquel que quienes sí nos conocen nos otorgan yo no dudo que lo tengan pero no para mí sino para sus allegados compañeros amigos o amantes sólo ellos se conocen se saborean entienden sus aficiones y su forma de vivir y pienso que no les pertenezco ni me pertenecen somos miles y tal vez millones pasando estorbándonos empujando y sintiendo sus cuerpos que sudan y hasta hieden en una ciudad que apabulla con sus grises calles y avenidas y sus edificios viejos o nuevos grandes y pequeños unos cuantos árboles y otros tantos perros cuyas heces esquivo sin que a nadie importe pues es parte del espectáculo de la ciudad entonces fijo la mirada en el suelo y veo gargajos que también tengo que rebasar pues ni mis suelas deben tocar tan desagradable esperpento y así vienen los papeles y chicles que invaden las áreas del peatón que sólo es peatón y se convierte en marioneta de los proyectos del gobierno quien nunca se da abasto para satisfacer todos los requerimientos poblacionales sin saber ni conocer a los tantos y tantos juanes anónimos que a diario pululamos por la calle sin más afán que el de llegar a donde sólo ese o aquél Juan o Juana saben y nos volvimos más anónimos cuando aparecieron los audífonos que nos permitieron un mayor refugio y aislamiento de los demás y con eso creemos ser libres de quienes viajan en nuestro transporte o tranvía o autobús cuando en realidad nos hermanamos con nuestro aislamiento de ermitaños en medio del caos que no obstante la sordina compartimos en multitudes que cada cuanto se tornan agresivas por no ceder un espacio o tal vez avanzar a una pequeña mayor velocidad y todos nos incomodamos y nos estorbamos unos a otros y nos tocamos las nalgas y los penes y las chichis y nos tocan y nos aguantamos la mayoría de las veces ya que en el tumulto tal vez no se vale protestar a riesgo de que te digan que si no vas cómodo mejor tomes un taxi y el insulto se recibe o profiere sin otras consecuencias que la inquietud que provocas a los demás que sólo quieren vivir su anonimato y su soledad que no será compartida hasta cuando aparece el destino de nuestro andar y te escribo por el celular y me contestas y me dices y te acuerdas de mí y hasta nos conocemos y parece mentira que mientras unos duermen en el autobús otros nos dediquemos a pensar en la soledad en que el ser humano se encuentra en medio de sus grandes ciudades y conglomerados humanos que pululan por el centro comercial y compran y visten creyendo que es la moda y que el atuendo les va muy bien pero que para otros ojos serán símbolo de mal gusto pues no se parece al que se acostumbra en mi barrio y mi sociedad y luego las tribus urbanas que al considerar que son diferentes se aíslan de otras cuantas tribus iguales y más o menos numerosas ya que sus pelos pinturas vestidos y aretes no difieren de los muchos otros que van en el autobús de atrás pero cuando se juntan los siete u ocho individuos que pertenecen al grupo entonces se sienten parte de él y son acogidos pero rechazados porque a otros les pareció que no debieran vivir en la ciudad y así veo enfermeras y estudiantes y amas de casa y parejas o niños o hasta borrachos que tienen sus historias que desconozco pero me intrigan y pienso que algún día cuando bebés tal vez fueron admirados y amados por sus papás pero que la vida les he tornado en seres de este mundo y sociedad que les convirtió en uno más en parte de una fría estadística que permite parcialmente conocer a las multitudes y nunca al individuo que tiene sus afanes y sus historias que tiene sus quehaceres aunque no sean como los tuyos pero que también han amado y hasta se han ilusionado pero no de ti miserable número de la estadística sino del otro quien le acompaña hasta el final y cuando se pierde y se muere lo lloras y extrañas cuando en realidad no era más que un dato de muerte por alguna u otra razón que pasará a enriquecer las causas de mortandad que admiraremos en los tratados y estudios demográficos de esto que denominamos ciudad que es de esperanza como nos han dicho pero no hemos aclarado quiénes o cómo son los esperanzados pues no nos conocemos ni nos miramos ni mucho menos nos saludamos ya que vivimos aislados pasando el uno al lado del otro sin mayor conciencia de su existir sólo en la medida en que nos estorba en nuestro andar o bien facilita nuestra circulación y le queremos ganar y llegar antes al mejor lugar en el andén y luego en el vagón y así hasta demostrar que somos únicos y en todo los mejores y que no hay quien nos iguale aunque digamos que todos somos iguales pero nos gusta ganar y si es necesario tranzar para avanzar porque el que no tranza no avanza dicen algunos y si de eso se trata pues se hace necesario aplicarlo desde que ponemos un pie fuera del hogar para avanzar en el coche que sólo en mi casa admiran pues para los demás no es sino otro vehículo con el cual competir y nunca compartir pues no debe tener derecho de paso ni derecho sobre mi vehículo o mi propiedad y así sea peatón o camión no le dejaré pasar ya que tengo derecho y nadie me va a apantallar con su condición de conciudadano que no es más que otro para estorbarme y detener mi andar ya que quiero vivir en esta ciudad pero con todos y sin nadie que me estorbe para poder tener las oportunidades pero siempre que no me las vayan a agandallar porque el trajín en esta vida es vivir y crecer y reproducirme a mi mayor placer y satisfacción sin que medien valores o falsas modestias ya que el verdadero sentido del vivir consiste en ser el mejor en el sentido que cada quien pueda interpretar y nadie absolutamente nadie aceptará un grado menos de ser el mejor cuando le preguntemos ya que así lo aprendimos en la cuna y nos dijeron que seas lo que seas quiero que seas el mejor y nos lo creímos y lo copiamos y lo importamos de un pueblo al que consideremos tiene la mejor manera de vivir cuando en serio nos decidimos y tratamos de huir y cuando sólo unos pocos lo logran y escapan del bullicio y la rutina y de la flojera del nuevo comenzar y luchar para entender que el sino y sentido de todo está muy lejos de lo que nos ofrece la hermandad de la sinrazón y surgen obras y más obras para facilitar el tránsito a quienes son dueños no de los autos sino de los créditos que tal vez nunca irán a pagar porque ya sabemos que el que no tranza no avanza y si hoy te mueres o tal vez soy yo el que desaparezco amigo transeúnte te irás a acordar de mí o acaso te enterarás que he muerto porque a veces mueren personas y nos dicen que fueron hasta más de 200 en fosas clandestinas y trescientos o algunos más y ya sabemos que no son o fueron personas sino cifras estadísticas de la barbarie que nos toca ahora vivir y me dicen que ya ni Acapulco es bello y que por menos de quinientos pesos te pueden matar aunque no vayas a ser más que otro en el cúmulo de cifras que llegan a mil o a cincuenta mil o sólo cinco mil en cuánto tiempo no lo sé ya que tal vez ocurrió en seis meses o un año y luego qué si no nos importa porque ya nos acostumbramos a la tragedia de las familias y de los hogares y eran esos seres que tal vez un día caminaron junto a nosotros y no supimos cómo iban a terminar o ellos ni se preguntaron si al terminar mi existencia alguien me iba a extrañar pero siempre supongo que hay alguien que espera en casa y que hasta se preocupa por ti mi querido viandante yo al menos hoy lo hice y me fijé en ti. ¡Amén!

jueves, 9 de junio de 2011

¿Llegó?


¿Llegó?
Luis Brotons


Muchos días y dificultades pasaron antes de que Ni Gatsu pudiera llegar al añorado jardín de cerezos. Piedras que trepar, ríos que cruzar ayudado por una hoja amarilla de algún árbol vecino. Tampoco faltaron los animales que veían en nuestro pequeño grillito un bocado apetitoso para el festín de la mañana o la tarde. Pero Ni Gatsu salió siempre airoso de esas dificultades.

Una tarde, ya muy cerca del deseado y soñado sitio, Ni Gatsu volvió sobre sus pasos y por primera vez en todos esos días dudó que realmente hubiera valido la pena tantos esfuerzos y tantos peligros. Tal vez su vida en el patio de los Magnolios hubiera sido la mejor idea de gastar sus días de vida, como lo habían decidido muchos de sus amigos de infancia. Pensó que tal vez ellos hubieran sido felices con el puro aroma de las magnolias en flor, viendo las abejas acercarse a libar las mieles que tal manjar ofrecía. Tal vez, otros habían encontrado en el grupo de grillos un hogar y hasta hijos habían podido criar. No, él no había sido nunca como los demás. Desde los inicios de su vida escuchaba a los mayores narrar historias increíbles fuera del jardín donde nació. Sabía de la existencia de otros paraísos, conocía por oídas de los cerezos en flor y definitivamente sus metas y su vida habían tenido un sentido muy especial. El trabajo había sido arduo – meditó- pero la paleta, el ave y hasta el pequeño niño juguetón habían significado algo muy especial para él: se había podido conocer en todo lo que realmente valía. Había podido darse cuenta de sus verdaderas carencias pero también de sus fortalezas y eran mucho más de lo imaginado por él y por la mayoría de los otros grillos del parque donde nació.

Había reconocido que la inteligencia aplicada con prudencia era una herramienta valiosa para el éxito. Había comprendido a cuidarse, a balancear sus emociones con su vida diaria. Había entendido que a veces luchar sin un fin sólo había ablandado su verdadera fuerza y espíritu. No aceptó jamás eso de limitarse y darse por vencido en su afán. Ni Gatsu era el grillo más fuerte y el héroe entre los suyos dirían todos sus amigos de infancia cuando conocieron sus aventuras.

Ahora estaba a unos cuantos pasos del jardín. Ya podía aspirar el dulce aroma del cerezo en flor. Ya comenzaba a imaginar el momento en que podría comer de sus frutos y saborear lo que sin sus esfuerzos, jamás hubiera podido disfrutar. La miel de los aromas presagiaba el sabor de las cerezas maduras y por lo abundantes, caerían a montones sobre el pasto como un tributo a su esfuerzo, perseverancia y entendimiento. Por fin llegaría a su jardín soñado. Cien metros, quizás hasta menos. La meta estaba a la vista. Sus piernas ya agotadas a veces se resistían a obedecer. Su fuerza ya menguada por la vida misma parecía que se escapaba por entre sus músculos en tensión. Sólo unos pasos y llegaría. Sólo el poder de su voluntad podría ahora ayudarle a vencer estos últimos metros. Cincuenta, treinta, veinte…

Si llegó Ni Gatsu al jardín o no lo hizo en esta historia ya no es tan importante. Lo mejor de Ni Gatsu había floreado en un pequeño espíritu lleno de voluntad. Un ser con decisión, deseoso por conocer y experimentar. Tranquilo, lleno de felicidad es como le dejamos por el momento. Ni Gatsu hasta ahora había encontrado lo mejor de él mismo y unos cuantos metros por recorrer no nos harían conocerle mejor. Te dejo amiguito para que pienses acerca del tesoro que Ni Gatsu ha encontrado hasta ahora. En otra ocasión tal vez lleguemos a averiguar si nuestro pequeño amigo pudo saborear el espectáculo que podían ofrecerle los anhelados cerezos en flor.

jueves, 2 de junio de 2011

Ni Gatsu sigue su camino

Ni Gatsu sigue su camino

Luis Brotons

Ni Gatsu seguía su camino, llevaba mucha prisa pues los cerezos pronto dejarían de florear y tal vez eso significaría que nunca más tendría oportunidad de verlos en lo que restaba de lo que para él era su larga vida de un año humano.

Iba realmente entusiasmado después de la última batalla con aquél pájaro que lo había tomado por almuerzo. El ingenio de Ni Gatsu había sido definitivo en su triunfo. Pero no sabía aún de los problemas que podía acarrearle el alejarse de su objetivo por un momento de distracción.

En la vida de los grillitos, el estar atento siempre es una condición que les permite sobrevivir en muchas de las dificultades que se presentan a lo largo de su vida. Nuestro grillito era débil ante las tentaciones que podía ofrecerle el paisaje. Ahora se trataba de una paleta dejada en el suelo por algún niño descuidado. ¡Qué color tan hermoso! – pensó Ni Gatsu- Parecería de cristal, voy a tocarla. Mmm... Huele delicioso; es más… ¡Sabe delicioso! Y sin dudarlo, el pequeño grillo comenzó a paladear la paleta. Pero el sol ascendía y el calor calentaba todas las cosas. La paleta comenzó a hacerse suave, pegajosa, casi se deshacía. Ni Gatsu comía con gula y no se percataba que sus patitas poco a poco se enterraban en la viscosidad del caramelo. En un momento vio que cerca del contorno había una pequeña chispa de chocolate, su curiosidad le hizo desplazarse hacia ella pero no pudo avanzar hacia donde él pretendía. Su patita trasera se encontraba atrapada por el caramelo suave que había endurecido con su propia sombra sobre la golosina. ¡Ufff...! se ha puesto dura –se dijo Ni Gatsu- ahora me siento atrapado y cada vez que intento zafarme de la paleta mis otras patitas parecen pegarse también.

Comenzó a perder la paciencia Ni Gatsu, sus esfuerzos por liberarse no estaban dando resultado, no podía permanecer ahí y si no lograba retirar su patita quedaría atrapado por siempre al sobrevenir la tarde y enfriar el caramelo. Algo tenía que pensar y rápido pues también las fuerzas le estaban fallando. Primero que todo, tenía que calmarse, pensar en cómo es que había ocurrido todo y tal vez, sólo tal vez, podría salir bien librado de ésta si no ocurría otro ataque de aves como cuando salió esa mañana.

El sol calentó el pavimento, el caramelo, su cuerpecito, todo. Él había comenzado a comer con fruición y al momento de intentar mover su pierna izquierda había notado que ésta se había pegado al dulce. Si se pegó al proyectar sombra y bajar la temperatura del caramelo, tal vez aplicando calor podría… ¡Claro! Por ahí estaba la solución tenía que encontrar la forma de producir calor y volver más suave el caramelo. ¿Pero cómo?

El tiempo pasaba y a Ni Gatsu no se le ocurría nada realmente efectivo para dar calor al caramelo. Tal vez si con su boquita echaba su aliento. Pero no, el grillito tenía una temperatura muy baja como para soplar con cierto calor a su objetivo. En definitiva, con su cuerpo no podía generar calor, tendría que conseguir algo que le ayudara, pero no había nada a su alrededor. Sólo él y su paleta. Sólo el sol, el viento y… ¡Qué buena idea! De inmediato giró su cuerpo y con su ala detuvo la brisa que soplaba por ahí. El sol bastaría para derretir nuevamente el caramelo con sólo impedir que el viento y su sombra lo enfriara de nuevo. Sí, sí… está funcionando. Brincó y salió de ese pequeño charco que ahora era la paleta derretida sobre el pavimento. Había perdido un poco de piel con el tirón pero pronto se recuperaría y dejaría de doler. Por lo pronto su ingenio le había vuelto a salvar.

Toda esa tarde corrió hacia el bosquecillo de cerezos, sólo recordaba que se encontraba hacia el sitio donde salía el sol y si continuaba por esa ruta tarde o temprano tendría que llegar.

jueves, 26 de mayo de 2011

Ni Gatsu en su nueva vida


NI Gatsu en su nueva vida

Luis Brotons

Noviembre o Ni Gatsu, como es dicho en japonés, había pasado ya tres días en la cajita de su captor. Sus largas piernas se entumecían y ya le dolían sus rodillitas. No había conseguido ver los cerezos en flor de los jardines en Japón y no se rendía ante el hecho de no poder salir de aquella opresión. Y aunque el chico que lo había llevado consigo lo alimentaba y le permitía ver de cuando en cuando la luz del sol, no era lo mismo que cuando vivía en libertad. Sus tres semanas de vida habían estado llenas de bellos paisajes con magnolias en flor, el cielo azul y el hermoso jardín donde nació. Esos tres días habían significado para Ni Gatsu algo así como 2 años humanos y le habían hecho padecer una gran tristeza. No viviría más en ese pequeño cilindro de color plata que era su prisión; ¡Esa era su determinación!

Una tarde de jueves, el niño Kiyoshi - en japonés significa tranquilidad- quien lo conservaba como mascota le abrió el cilindro dejando entrar los últimos rayos de sol antes del anochecer. Ni Gatsu vio en eso una oportunidad para pegar el mayor salto que sus piernas le habían permitido en su vida. Fue tan grande que alcanzó el suelo de la habitación del pequeño Kiyoshi y corrió hacia la puerta en cuya base había un espacio lo suficiente grande para permitir su escape a la brevedad.

Kiyoshi corrió tras el grillito, le gritó en un idioma desconocido para Ni Gatsu. Pero anhelaba antes que nada la exigencia de su corazón: recobrar su libertad. Traspasó la puerta del cuarto aquel y un largo pasillo le anunciaba la luz de la libertad al final. Pero el trecho era enorme, algo así como 10 metros y aquél pequeño corría tras él para volverlo a confinar en su bella cajita de metal. Kiyoshi en su afán por alcanzarlo podía lastimarlo si no lo sujetaba con todo el cuidado que el cuerpecito de Ni Gatsu podía soportar. Para fortuna de nuestro grillito, el chico era un poco atrabancado y hacía más espavientos con pocos resultados en su cacería. Unos brincos más y llego –pensaba nuestro grillo- La dicha estaba en la mira. Pero Hiyoshi venía cada vez más cerca, le ordenaba parar al acercar sus torpes manazas al dorso de Ni Gatsu. En esta ocasión logré zafarme –pensó Ni Gatsu- pero me duele una de mis patitas. A ver si voy a poder correr más. Aún lastimado, su voluntad superó al dolor. Siete brincos grandes, tres carrerillas y …

Por fin el sol, el viento, Ni Gatsu estaba de nuevo en libertad. El sol se escondía muy rápido y el pequeño grillo no reconocía nada a su alrededor. Estaba hambriento, comenzaba a hacer algo de frío y nadie a su alrededor quien le supiera informar. Por lo menos no había coches por ahí, ni muchas personas de esas que van caminando con prisas sin poner atención a pequeñas creaturas como él. Lo único que se le ocurrió fue seguir dando grandes saltos para llegar pronto lo más lejos de su captor. Pronto oscureció por completo y Ni Gatsu por fin tuvo que detener su carrera pues en el camino había muchas piedras y no quería lastimarse más. ¿Dónde dormir? ¿Qué comer? Y más aún… ¿Hacia dónde correr?

Ni Gatsu era libre de nuevo y eso era su mayor alegría. Ya amanecería mañana y encontraría respuesta a todo aquello por resolver en su nueva libertad. Ni Gatsu soñó con los cerezos en flor, por fin los alcanzaba pero, para lograrlo tendría que pasar por muchas aventuras, mostrar todo su valor para seguir en su búsqueda y encontrar esos bellos jardines tan añorados por quienes convivían con él en su ya lejano primer hogar.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Todas las aventuras de Ni Gatsu (relatos cortos)




Ni Gatsu

Luis Brotons

“Ni Gatsu” o noviembre, debido al mes en que nació, era un precioso grillo de escasas tres semanas de edad, y esto en la vida de los grillos se puede entender como la de los adolescentes humanos. En una plática con sus amigos, alguien le mencionó que el tiempo de los cerezos en flor había llegado y que el espectáculo que proporcionaban los pequeños árboles despertaba la admiración del mundo entero.

Como Ni Gatsu era un grillo aventurero que se enamoraba fácil de todas las maravillas ofrecidas por el universo, y no dudó ni un instante en dejar su jardín de árboles de magnolias. Nuestro grillito no sólo era aventurero, también llegaba a ser terco y poco caso hacía de lo que sus mayores le decían - Se paciente, de día hay muchos autos y gente -le advirtieron-.

Salió del jardín en pocos minutos, y de pronto se encontró con una gran avenida que le dificultaba llegar a su anhelado bosque de cerezos. Al otro lado se podían ver las copas de los árboles cubiertas de rosadas y minúsculas flores. Lo cual aumentaba sus ganas por llegar. Ni Gatsu, saltaba, volaba y hasta corría con sus torpes piernas hechas para el brinco y no para la carrera.

Su mirada estaba fija en los floridos cerezos, sólo le importaba llegar ahí lo más pronto posible. El éxito de su aventura era seguro, pensó, pero de pronto lo envolvió una terrible oscuridad. Ni Gatsu comenzó a brincar y nada más topaba con paredes por todos lados. En unos instantes se sintió trasladado en una especie de prisión y le era difícil respirar. Al cabo de unos minutos, sintió cómo su cuerpecito era tomado por un niño quien lo colocó en una pequeña caja cilíndrica de metal plateado. El chiquillo colocó algo de alimento en el fondo y durante horas sólo se dedicó a observar al pequeño grillo.

Nunca vio los cerezos en flor. Sólo consiguió el peor destino de un grillo: ser una mascota para la suerte. Sus fuertes piernas no volverían a dar esos saltos que tanto amó, en su lugar, unos escasos brincos y dos o tres pasitos en su claustro y en la oscuridad. ¿Sus magnolias habían vuelto a florear? ¿Los cerezos esperarán hasta lograr salir de ahí?

viernes, 27 de agosto de 2010

¡Qué caray!




¡Qué caray!

Luis Brotons
Agosto de 2010

- ¿Qué pasó Conrado? - ¿Quiubo Compa? --Se saludaron con el ritual acostumbrado: se tocan la punta de los dedos medios en una palmada discreta, cierran ambos los puños, los chocan y entrechocan las manos. Tal y como lo hacen siempre los amigos y conocidos de lo barrios populosos de la ciudad de México--. El Compa iba de camino para su casa cuando vio a Conrado en la esquina acompañado por un cuate con quien estaba bebiendo unas cervezas. No es que a Compa le hubiese dado tanto gusto desviar su camino, pero Conrado le debía 500 pesos desde hacía tres semanas y ya no sabía ni cómo cobrarle. Habían sido buenos cuates, pero la última semana, hasta se metía a su casa fingiendo no haberlo visto cuando se encontraba al compa por el rumbo.

Conrado había cambiado mucho desde su matrimonio --pensó el compa--. Siempre había sido trabajador y cumplidor. A partir de entonces las cosas ya no eran iguales. Bertha, su mujer parecía gustar del trago, le habían dicho, y Conrado a quien no le disgustaba nada la borrachera la acompañaba a todas las fiestas del barrio. Se decía, andaban briagos todo el tiempo y llegaban muchos viernes a su casa hasta bien entrada la mañana del sábado. Y bueno, pues Conrado ya ni trabajaba el taxi, ni tampoco en la plomería que tanto dinero le había dejado. Para el Compa aquellos quinientos pesos, no eran sólo un asunto de dinero, finalmente por esa cantidad no iba a ser ni más rico ni más pobre; pero no le gustaba dejarse estafar por nadie, ni por Conrado quien había sido su mejor amigo desde la secundaria, hacía ya veinte años, aun cuando nunca le platicó de su vieja y ni se la había presentado. Pero la deuda no pagada era --pensaba el Compa-- como una cuestión de honor. El Compa había logrado superar las miserias del barrio donde vivían con mucho esfuerzo, aunque todos ahí sabían de su trabajo en la Compañía de Luz, donde recibía muy buenas propinas por aguantar unos días más sin cortar la energía a los consumidores morosos. Y además, era bien conocido el modo como consiguió el trabajito aquel; heredado de su padre cuando éste se jubiló cinco años atrás.

El Compa siempre se mostraba muy exigente y apegado a las reglas cuando reprendía a los clientes atrasados en sus pagos; ¡Era todo un buen burócrata! Les informaba, casi en son de regaño y con cierta paternidad la importancia de pagar a tiempo sus recibos para no pasar por esas dificultades. Pero cuando algún consumidor insinuaba la posibilidad de llegar a un arreglo favoreciéndose ambos, el Compa se mostraba escandalizado y hasta ofendido al principio, luego poco a poco cedía --de acuerdo a un guión preconcebido-- al cohecho, y se justificaba con el moroso al asegurarle su intención de ayudar sólo porque realmente había visto buena voluntad en su persona y advertía el afán de corregirse en el futuro y claro; ¡el dinero sería para los refrescos de los muchachos de la camioneta quienes seguramente ya se encontraban en camino a efectuar el corte de energía de alguna cuenta atrasada de la colonia! --El Compa, coludido con los ejecutores de la orden sabía muy bien acerca de las 48 horas de plazo que sólo ellos conocían y autorizaban y les daba suficiente tiempo para recabar las correspondientes bonificaciones ofrecidas por los clientes en mora--.

No toleraba a la gente informal, se decía siempre. Pero esos atrasos le daban la oportunidad, tanto de generar algunos pesitos más para su casa, como también humillar un poco a los morosos quienes siempre le habían resultado antipáticos por descuidados en sus responsabilidades. Para el Compa cuyo único pecado era el romance con la despachadora de las camionetas quien le hacía el paro con los morosos y además le permitía sus muy buenos apapuchones, cuando los jueves --informaba a su mujer-- asistía a las juntas del sindicato. La Güera, a quien llamaban así todos en la oficina y de quien nadie conocía su nombre, parecía no tener llenadera con eso de los arrumacos, pues no sólo en Compa la invitaba los jueves a comer y después al hotelito, también parecía tener el resto de las tardes de la semana comprometidas con otros, cosa que a él no le importaba, mientras tuviera la suya propia. Y ella, la consentida del gerente, no tenía problemas si algún día faltaba o llegaba tarde al trabajo ya que siempre el reloj de puntualidad y asistencia, de forma milagrosa marcaba, a tiempo, su tarjeta de entrada y salida. Al Compa, la Güera sólo le pedía aquellas tardes del jueves, pues era muy cumplidor y bastante sabrosón, le decía ella. Fuera de esto, él siempre fue atento con su mujer, y a los niños en casa siempre les prodigó con juguetes y golosinas. Era, de acuerdo a su propio juicio, un magnífico padre de familia y un ciudadano ejemplar y cumplidor.

Pero el Conrado se estaba pasando ya con la deuda, era como todos aquellos clientes atrasados de la Compañía de Luz. Tres semanas desde que le pidió aquella lana, según para comprar una llave “Bellota” de plomería y no daba visos de pagar. Todos esos días parecían una burla para el Compa. Eso, definitivamente no lo iba a permitir y Conrado sabría quién era él realmente.

- No te pases Conrado, me debes quinientos pesos desde hace tres semanas y ya no he vuelto a saber de ti. Ya ni el teléfono contestas y cuando me ves por la calle hasta huyes. Si no es porque te agarro aquí en el zaguán de tu casa, ni me saludas. ¡Órale, págame de una vez!
- Aguántame tantito Compa, he estado medio atorado de lana. Mi vieja, la Bertha, siempre me anda pidiendo para sus perfumes y vestidos p’al trabajo. Ándale, te los pago con intereses, te daré seiscientos, pero aguántame unos días más; ¿Somos o no valedores?
- Si güey, lo somos, pero de plano me quieres ver la cara de tu pendejo. Ando chíngale y chíngale todo el día en la oficina y en cambio tú nada más de pedote con tu vieja de quien ni tengo el gusto. Ya ni el taxi te prestan que porque no les pagas la cuenta diaria. Y de la plomería no haces nada y según tú, querías comprar esa herramienta tan finolis para una chamba muy bien pagada. Sí, soy tu valedor Conrado, pero me estás quedando mal y bueno, tampoco a mí me gusta estarte rogando todo el tiempo --dijo esto último ya francamente enojado--.

Conrado volteó a ver al amigo con quien andaba esa tarde, buscando en su mirada ayuda para callar al Compa y seguir, ellos con sus asuntos. El amigo murmuró algún improperio por la impertinencia del Compa. Ya le había visto antes y nunca le cayó bien. Siempre lo sintió muy creído por su trabajito en la Compañía de Luz, pero no era más que uno cualquiera del barrio y a él no lo iba a apantallar. – Hazle el paro al Conra, el domingo te paga, pero ya déjanos ¿no ves que tenemos bisnes y no nos dejas concentrar? Esto sí es algo grande, cuate, no tus mugrosos quinientos pesos que ya ni chingas… -- Comentó burlonamente el amigo--.

- ¿Quién te preguntó güey? el pedo es entre el Conrado y yo. Métete en tus asuntos yo a ti, ni te estoy hablando.
- Calma Compa, tranquilo. Mi cuate tiene mal carácter --miraba al amigo, insinuando que nadie se le ponía bravucón por los poderosos brazos que dejaba ver--.
- No te me esponjes, mi Compita, dame chance hasta el domingo y verás; ¡hasta seiscientos te voy a dar! Pero aguántame.
- No mames Conrado --lo dijo ya caliente con lo dicho por el intruso-- Me vienes diciendo eso hace tres semanas. Ya valió madres hasta nuestra amistad ¿no éramos valedores? Te pasas
--dijo, ahora sí gritando--. A mi nadie me tranza, y ni tu pinche amigo me asusta. Me pagas ahora o te armo todo un pancho aquí en tu cantón.
- Ya párale Compa. No te pases con mi cuate. Aguántame con tus quinientos varos, te lo digo derecho, y no quieres oírme. Me va a valer madres si mi cuate te calla el hocico por andarlo pincheando. --Conrado contestó ya ardido por lo que el Compa había dicho--.

- ¿No quieres tu dinero el domingo? ¡Pues, a chingar a su madre! Y, hágale como quiera, güey, amenazó Conrado quitándose la chamarra.

El Compa se puso rojo de coraje por el orgullo apabullado. Conrado además de quererle ver la cara, ahora hasta lo amenazaba, envalentonado por la presencia de su amigo. Esto no podía quedar así, pensó. Haría algo al respecto, debía superar las amenazas y desfachatez de Conrado. No se iba a ir a los golpes, no, pues perdería. Pero… ¿y enseñar la navaja de botón que siempre llevaba consigo? Claro, él sabía que se la podían quitar entre los dos pero ahora ya no le importaba nada, ni su dinero, ni su amistad; debía mostrar quién era él. Su dignidad estaba en entredicho y siempre se había ufanado ante la familia: “sobre mi cadáver, los valedores del barrio me van a humillar”.

El orgullo rebasó toda prudencia, de su chamarra extrajo el amenazante instrumento. Con un solo toque al botón, del mango surgió la hoja acerada, brillante, filosa, puntiaguda y con el suficiente tamaño como para herir de muerte a quien se la enterrara. Levantó brazos y manos, en un rápido movimiento, blandió el cuchillo con la mano derecha y colocó en semicírculo las extremidades a ambos lados del cuerpo; inclinó el cuerpo unos cuantos grados con actitud de estar listo para el ataque y mostró, a sus contrincantes, hasta dónde era capaz de llegar para defender su honra vapuleada. Esta postura le permitía demostrar que poseía una buena destreza en el manejo del arma y sintió cierta seguridad aunque en realidad, se sabía un inexperto en el dominio de cualquier tipo de arma. Se balanceó un par de ocasiones para amedrentar a ambos contendientes quienes no dejaban de observar los movimientos del Compa. La borrachera de ambos era una gran ventaja para él --pensó éste, aunque con cierto temor por su real falta de destreza en el manejo del cuchillo--.

- Ya estuvo Compa. No te lo tomes así. Voy a pagar, ya te lo dije. Sólo dame hasta el domingo, vas a ganar un ciego. Ya no manches, güey.
- No güey, me pagas ahora mismo, cabrón. Dile a tu vieja que traiga la lana. Ya me cansé de esperar. Y si no hay dinero, pues un reloj o de perdis la tele. Ahora sí me vas a pagar, ¡esto ya valió madres! Y diciendo esto lanzó el primer navajazo a su amigo.
- Aguanta, aguanta --dijo el intruso--, su fuerza y estatura bien podrían detener al Compa de su agresión. – No te estés pasando de verga. Ya te dijo el Conra cuándo te va a pagar. Ya no la armes de tos o te rompo la madre.

El Compa no se iba a dejar tan fácil. Comenzó a cambiar de mano la navaja, lanzó algunos embistes, más para apantallar que para hacer daño. Con cada acometida del Compa los otros dos lanzaban patadas para desarmarlo. Poco a poco fueron llegando varios curiosos y en vez de protegerse, se arriesgaban a recibir un navajazo si se desprendía el arma de la mano del agresor. ¡Ah! Pero la expectativa de ver sangre animaba su morbo y no hacían nada por detener la gresca. Alguno hasta animaba y dirigía al Compa a tirar con más acierto. Otros animaban al Conrado y su amigo para darle su merecido al presumido aquél quien tanto les había afectado en el barrio. El bullicio de todo esto alteró a Bertha, bajó corriendo al zaguán e indagar si era por su marido tal caos.

Algunos avances con la navaja lograron herir la piel de los dos borrachos, unas gotas de sangre asomaron y esto animó más a la concurrencia y aullaban, animando al agresor a defender su honor. Otros más sensatos, pedían calma, querían interponerse entre los contendientes pero la navaja cortaba sin distinguir al enemigo y resultaba disuasiva para quien se decidiera a intervenir. También alguno se percató de la ebriedad del Conra y su amigo y pedían justicia al atacante, le recordaban la regla preciosa del barrio de no andar peleando con borrachos, le decían maricón, porque sólo al verlos ebrios tenía valor para atacar.


- Ya párele desgraciado, --gritó Bertha al salir del zaguán, sin ver quién era el tipo de la navaja, pues había girado el cuerpo por esquivar una patada--. Ningún hijo de la chingada va a venir a mi casa a armarla de tos. Dígame qué se trae con mi marido y no nos venga con amenazas.
- Le debo quinientos que le debo, vieja --dijo Conrado-- aunque la verdad es que…

El envalentonado Compa volteó de pronto y en seguida reconoció a la “Güera” de la oficina, ésta, al mismo tiempo calló por un sesgo profundo hecho por la navaja en su cuello al salir disparada por el puntapié lanzado por el intruso. Cayó Bertha sobre sus rodillas y llevando sus manos al cuello sólo alcanzaba a gorgorear como en un ahogo.

- ¡Ya párenle! --gritó alguien de entre la muchedumbre--. La vieja del Conra está herida. Aguanten tantito, ¡la navaja se le clavó!

Al final enmudeció la Güera, pues la cuchilla había atravesado toda la traquea y parte de la yugular. Con la mirada suplicó al Compa no la evidenciara frente al marido, pero ya era demasiado tarde; el Compa había gritado, ¡Güera, güerita!, ¿pero qué haces aquí, chulita? ¿Por qué andas defendiendo al Conrado? ¡Mi nena! Pus ni era la bronca contigo.

Todos voltearon hacia donde yacía Bertha. En efecto, la navaja sólo mostraba la empuñadura, el metal quedó enterrado en las carnes de la mujer. Por el botón del arma goteaba con profusión un chorro entrecortado de sangre que poco a poco dejó de emanar. Cuando el flujo se hacía más débil, la piel palidecía y en el rostro de aquella mujer, aparecía la máscara del final. Ahora el griterío era para pedir ayuda. – ¡una ambulancia! –gritaban--. - Sáquensela --dijo una vieja--. - - - - Mejor apriétenle ahí --señalando un punto del cuello para ocluir la yugular, dijo el intruso--.

Y Conrado quien siempre sospechó de su vieja cuando decía ser líder dentro del sindicato de electricistas, entendió, al fin, en qué consistían tantas juntas con los compañeros. Ahora quedaba claro: Bertha se divertía sin él desde que la diabetes había traicionado sus erecciones, antes tan frecuentes y duraderas. Volteó hacia el Compa y furioso se fue a los golpes contra él, y al no poder éste, ni meter los brazos para defenderse, cogió el cuchillo que había herido fatalmente a la “Güera” y penetró limpiamente el tórax del despechado amigo. La policía llegó en esos momentos, la gresca había dejado dos cadáveres y una deuda sin pagar como resultado.

Todo era un caos. El Compa y el amigo de Conrado corrieron hacia donde yacían los esposos. El pleito se había olvidado, también la borrachera. Quisieron reanimar ambos a Bertha, luego el intruso detenía la cabeza de Conrado y pensaba que así no podría morir. Sólo el Compa entendió a la perfección lo sucedido. La navaja saltó de su mano resbalosa con la sangre de sus contrincantes. Salió de sus manos con una patada que el amigo intruso le lanzó. Luego, al sentirse atacado por Conrado tomó el arma y sin más se la hundió cuando lo atacaba furioso. Pero él, había sido quien sacó de inicio la navaja. Sobre él caían todas las miradas. La chusma le acusaba, lo señalaron como criminal y en unos cuantos minutos era empujado por los patrulleros al interior de su vehículo, justo cuando algunas voces pedían ya justicia de barrio, es decir, por propia mano, para vengar la muerte de Berthita y el Conrado.


Al ministerio de justicia fueron a parar “El Compa” y “El Intruso”. Todos los testigos señalaban a un único culpable, aunque reconocían, sin decirlo, que la patada aérea, causa de la muerte de la Güera, había sido lanzada por el intruso. El populacho mostraba deseos de vengarse y meter en el bote al Compa quien se había hecho odiar por todos los del barrio desde su ingreso a la Compañía de Luz. En varias ocasiones habían llegado brigadas de la empresa a remover sus diablitos y el muy “cabrón” en vez de ayudarlos por haber sido siempre vecinos, los delataba y bajo amenazas de encarcelarlos por fraude, los inspectores retiraban las conexiones clandestinas, o bien, gustosos aceptaban unos cuantos pesos como gratificación por no hacer más alharaca, con lo que también el “ojete” del compa se beneficiaba, ¡claro!

Un par de testigos dijeron que el intruso había lanzado la patada y herido mortalmente a la Berthita, y así es como ambos fueron a parar a chirona. Ambos, contendientes un tiempo atrás, ahora compartían el mismo separo dentro de la comisaría. Ante las autoridades y encargados de justicia se acusaban mutuamente tratando de salir lo mejor librados de la situación.

El intruso amigo de Conrado sentía que todo el barrio le apoyaría y no le iban a cargar a él nada de esos dos muertitos. El bisne con el Conrado se iba a chafar. Ahora, salir lo más pronto posible era toda su preocupación. Pero, aunque la chusma lo exoneraba, a los polis no les resultaba tan simple. Para ellos, él había estado en la gresca. Por lo menos había incurrido en el delito de riña, no tan grave como el de homicidio. El otro alegaba haber sacado, sí la navaja, pero éste se la había quitado de una patada y había ido a caer en la “Güera”. No lo podían dejar ir así tan fácil. Los peritos tendrían que determinar si había un delito mayor o sólo saldría libre por trasgredir la ley y haber peleado en la vía pública.

Pasaron como tres horas antes de calmarse ambos. El cansancio y el hambre habían hecho su labor al hacerles compartir sensaciones tan apremiantes.

- Todo por sus pinches quinientos pesos, amigo. --dijo el amigo de Conrado-- ya le habían dicho que se los iban a pagar, pero no quiso hacer caso. Ya ve, ahora estamos aquí todos jodidos, con dos muertos y ni un centavo para poderle dar una corta a los polis y encargar unas tortas o algo pa’ tragar.

- Pues yo traigo algo --dijo el Compa-- pídales el favor, a ver si a usted le hacen caso. Y ni me diga del dinero pues ya ve usted, que era una cuestión de honor entre el Conrado y yo. Pero la navaja la pateó usted, no se haga. Yo sí se la enterré gacho al Conra, pero me había atacado él primero, es como se diría “en defensa propia”. Pero lo de usted fue una jaladota; ¡me tiró la patada sin ver siquiera a dónde iba y la navaja saltó para enterrarse en la vieja!

Se hacía cada vez más tarde sin ninguna noticia y el famoso intruso estaba cada vez más raro dentro de la cárcel. La muerte de Conrado parecía resultar algo más que el fin de su existencia. El compa no podía imaginar por qué se trastornaba tanto si al cabo, todo había sido una riña de vecindad.

- Yo no puedo estar aquí más tiempo --dijo el intruso, ante la total incomprensión del compadre-- nadie va a creer que me apresaron por una riña callejera en donde yo realmente no tenía ni vela en el entierro. Tiene que ayudarme; usted tiene que echarse toda la culpa --ordenó ante el estupor del compa--. Le aseguro que va a salir pronto y hasta con una buena compensación por los días en prisión. El Conrado y yo habíamos hecho un negocio de mucho dinero y estando aquí se puede venir todo abajo, créame, nada malo le va a suceder.

El compa quedó atónito de oír tal sandez, - ¿Cómo se le ocurre a este imbécil ahora venir a pedirme favorcitos? Si no fuera por él, tal vez la navaja no hubiera matado a la “Güera” ni él tampoco hubiera tenido que matar a Conrado para defenderse. Tal vez el verdadero responsable de las muertes ni siquiera era él, sino el impertinente amigo. Pero, ¿de qué hablaba? Al compadre le provocaba cierta curiosidad todo ese lío y aunque no quería preguntar directamente al intruso el negocio entre Conrado y él, eso del dinero extra no resultaba tan deleznable a su avaricia. Pero no, no iba a ceder, no confesaría toda la culpa y como siempre él actuaba de manera correcta, aquél fulano tenía mucha responsabilidad y si se tenían que pagar los crímenes, cada cual debía cargar con su condena.

- Ni madres --dijo el compa-- yo no voy a hacerle el paro en el asuntito. Tiene que pagar por la muerte de la difunta y pues yo cargaré con la de Conrado, eso sí, alegaré defensa propia pues hasta ese día se enteró de los cuernos que le ponía la vieja conmigo. Yo ni sabía que era la vieja de Conrado la Güera, la culpa la tiene él porque nunca la presentó y yo la conocí en el trabajo. Ella nunca habló de si era casada o soltera. Sólo sabíamos que le gustaba andar con unos y con otros y bueno, como estaba tan buena, pues más de uno nos sacrificamos. Lo malo es que con todo esto, mi vieja también se va a enterar de lo nuestro y hasta a los niños me va a querer quitar. Habré sido un cabrón con mi señora, pero eso sí, nunca un asesino. Lo de Conrado fue porque si no le meto el cuchillo, me mata él a madrazos pues ya vio usted cómo se puso.

- Mire amigo --dijo el intruso-- si usted me ayuda, su mujer nunca se va a enterar, ni perderá a sus hijos y finalmente todo se resolverá con mi abogado quien es un chingón en estos menesteres. Yo sé de estas cosas; ¡Créame! Mire, le voy a contar lo que el Conrado y yo nos estábamos cocinando, pero de esto, ni una palabra a nadie, de lo contrario no sólo no vamos a salir de aquí también lo voy a tener que “recomendar muy bien” cuando llegue a la grande; ¡y no se la va a acabar! Si me escucha y me ayuda, el plan va a salir a toda madre.

Tanto misterio asustaba al compadre. Pero escucharlo no tenía nada de malo y, finalmente, qué podría perder. Claro, eso de echarse la culpa no lo haría, y era definitivo, pues como dicen, de que lloren en mi casa a que lo hagan en la suya. - Pero --pensó-- van a llorar en las dos, en todo caso… Está bien, cuénteme.

- Le juro, si dice una sola palabra de lo que voy a confiarle lo va a pagar muy caro amigo, no se vaya a andar con fregaderas porque vamos a hablar entre machos, usted y yo. --El compadre asintió con una expresión de temor, aunque hacía un gran esfuerzo por conservar su dignidad que tanto había tratado de mantener desde su ingreso a la compañía de electricidad--. Yo conocí al Conrado hace ya más de cinco años, cuando él aún manejaba el taxi. Un día me llevó hasta Cuernavaca para un asunto de trabajo, con el cual no me podía retrasar más. Y como el viaje fue larguito pues platicamos y para qué mentirle, nos caímos muy bien; ¡Ya sabe cómo era él! De ahí nos hicimos cuates y varias veces me anduvo llevando y trayendo a mis negocios hasta llegar un día donde tuve que pedirle un servicio distinto, pues me había fallado uno de quienes me ayudaban con estos asuntos. Se trataba de llevar a una chava que habíamos secuestrado a la colonia de sus papás una vez nos hubieran pagado el rescate. El Conra se portó a la altura, no dijo nada, no opinó y eso me gustó mucho. Simplemente recibió su pago, claro más grande de lo acostumbrado por sus servicios de chofer, y ni preguntó, ni dijo, ni mencionó nada más. El Conrado era un tipo de fiar --pensé entonces-- es de los que se aguantan, se callan y jalan hasta el final con uno en estos bisnes. El mes pasado lo invité directamente a un negocio nuevo. Lo sabía quebrado pues la vieja lo traía corto de lana y ya ni cogía con ella. Estaba bien encabronado, me dijo. Pero un negocito de estos podría resultar una buena ocasión para reconquistarla y salir de donde se encontraba. Aceptó, pues, y esa ocasión se trató de un chavo, hijo de unos güeyes bien ricos con bodegas en la Central de Abastos. No le voy a contar como se organizó todo, ni le voy a detallar cómo lo vigilábamos hasta hace tres días cuando nos trajimos al cuate y comenzamos la negociación con su papá. Conrado esta ocasión participó con más tareas y cuando me lo entregó yo fui el único que sabría dónde lo iba a esconder. Ya hoy por la noche me iban a pagar el rescate y le fui a avisar a Conrado para deshacernos del cabroncito éste y no la fueran a hacer de tos los papás. Nos echamos unos tragos y entonces, usted llegó a armar sus panchos con Conrado y pues aunque ya hoy no se haga nada con el chavo, si no le llevo de comer, en cinco días va a comenzar a apestar y entonces sí va a valer madres todo. Por eso le pido su ayuda. Si usted se hace responsable de todo lo de hoy le juro que voy a estar muy agradecido y ni llegará su caso a las autoridades del ministerio público. Tengo cuates por aquí quienes han estado viendo para otro lado mientras yo trabajaba a cambio de una gratificación mensual. Mi abogado es primo del procurador quien también está en el negocio, aunque no se mancha las manos para nada, eso si, a la hora de cobrar, lo hace como marrano en lodazal. Pero todos le entran al billete, y bien, amigo. Ahora sólo me falta usted. Mire, del rescate es una buena lana, yo puedo agradecerle con un terrenito que tengo de quinientos metros ahí en la calzada Vallejo, ya sabe cómo andan por ahí de buscados los predios. Pues mire, yo se lo doy con todo y papeles y ya verá usted si se lo queda o lo prefiere vender, fácil le puede sacar un par de melones que no le vendrían nada mal. ¿Cómo la ve?
El compadre se quedó estupefacto, el tipo no sólo se veía rudo: ¡Era un tipo de cuidado! Y por si fuera poco lo tenía amenazado por decir algo. – Pero qué hijo de la chingada --pensó-- eso del secuestro siempre le había parecido el peor de los crímenes. El tipo le andaba contando sus cosas, le pedía silencio y lo peor, le pedía, de alguna manera, le ayudara a terminar con ese asunto del secuestrado. Él ni siquiera tenía que ver, pero ahora por echarse la culpa hasta un terreno iba a recibir. De alguna manera se estaba haciendo cómplice de ese asesino y secuestrador. Si aceptaba, tal vez se estaría metiendo hasta adentro del negocio de esa banda, si rechazaba, el intruso se podría encabronar con él y el secuestrado podía morir de hambre.¿Y si sólo era un engaño? ¿Y si no le cumplía nada de lo prometido y lo encerraban 20 años por el doble homicidio? ¿Y si, --como dijo el amigo-- “lo encargaba” ahí dentro del penal? ¡Cómo “jijos” me metí en esto! --pensó--.

- Déme “chance” y lo pienso --dijo el compadre--. Pero dígame cómo le va a hacer para que todos los vecinos se callen y ya no digan nada. ¿Y los polis? ¿Y todos los que trabajan aquí? ¿No será que me quieres “chamaquear”? --dijo ya sin mayor formalidad, tuteándolo y más animado por aceptar--

Todo lo que decía el amigo aquel no tenía importancia. El compadre había tomado ya la decisión. Se la jugaría. Peor de lo que estaba no podía estar y bueno pues ya era hora de hacer algo grande en su vida, ¡Qué caray!

Veintitrés años le dieron al Compadre, en 48 horas el amigo intruso salió sin cargos o acusaciones y quedó establecido que no había participado más que en tratar de contener la pelea entre Conrado, la “Güera” y su muy amado compadre.